Guernica

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domingo, 28 de julio de 2013

La potencia del futuro



Para conseguir la unión de naciones y pueblos tan dispares  después de haber soportado una separación de tantos años, es necesario  ofrecer a esos pueblos un futuro que ilusione. Lo primero que es necesario conocer es el porqué de la situación actual de  esos pueblos: su incultura, su total ignorancia de su historia, las causas de su pobreza actual en naciones con grandes recursos naturales, las terribles desigualdades sociales.

Ante estos males los políticos actuales han ofrecido como remedio o bien un socialismo-comunista basado en una demagogia populista- indigenista que no solo no ha resuelto los problemas en las naciones donde se ha aplicado sino que las han empobrecido aun más y han seguido existiendo unas oligarquías de partidos que aunque sean politicamente  de signo contrario a las anteriores existentes las han igualado e incluso superado en su codicia y en su saqueo de los bienes nacionales.

La alternativa anterior, gobiernos democráticos estilo las naciones civilizadas occidentales, han perdido toda credibilidad ante los pueblos por ellas gobernados ya que en esos países se llegan a dar situaciones tan indignantes como el hecho de que un diecisiete por ciento de la población controle el setenta por ciento de
la riqueza nacional existiendo unas oligarquías egoístas e ignorantes sin principios morales de ninguna clase y sin otro afán que saquear a sus gobernados. Pero eso si, venden a sus gobernados que viven en democracia.

Ante estas situaciones tan inmorales e injustas la primera reacción del pueblo fue la guerra de los Canudos en Brasil en el siglo XIX. Propugnaban, basándose en la idea romántica de la vuelta del Rey D. Sebastián  que decían estaba encantado, un nuevo orden cuya base esencial era la justicia social católica. Esto no podían tolerarlo los políticos masónicos y racionalistas de Brasil que aplastaron la revuelta a sangre y fuego haciendo una matanza espeluznante propia de la forma de actuar de las logias.

Solo una regeneración de la vida pública basada en la moral cristiana, en el reconocimiento práctico de la dignidad del ser humano, en la persecución implacable de la codicia desmedida de los políticos, de los banqueros, de los grandes empresarios que rigen las multinacionales y de los sindicatos, puede parar la espiral de corrupción  que como una sombra demoníaca ha corrompido a la tierra.

Aun hay esperanza. Mientras exista un resto de cristianos, por pequeño que sea, en las naciones que forman la gran familia Ibérica, hay esperanza. Hay esperanza de renacimiento espiritual y material. En el siglo XVI España con tan solo diez millones de habitantes dominaba la tierra. Sus misioneros llevaban la fe a todos los rincones de la tierra. Existían unas leyes de Indias en donde el nativo tenía los mismos derechos de los españoles y la misma dignidad de hijos de Dios. Portugal con tan solo cuatro millones de habitantes llevaba sus banderas y la civilización cristiana hasta los confines del mundo, pero es que esos cuatro millones de habitantes eran cuatro millones de héroes al igual que lo eran los tercios de España.

 Hoy, entre una mayor población en los pueblos hispanos, aunque estén paganizados, embrutecidos por unos medios de comunicación controlados por las logias, esto es por el demonio, existe un pequeño resto que no se ha dejado seducir por el mundo, que piensa, que conserva la dignidad de los hijos de Dios y que sabe que es el destinatario de las promesas que Dios ha hecho al mundo desde tiempos inmemoriales ya que saben que son el nuevo Israel.

Aun hay esperanza.